Es verdad que a muchas personas tira para atrás el formar parte de una Iglesia aparentemente vieja y anticuada, que predica unas cosas que ni se entienden ni se llevan, cosas que básicamente van contra las modas, el consumismo, las apariencias y que, por ello, parecen más de la Edad Media que del siglo XXI. Y, aunque eso es lo que a veces parezca, por suerte para los que estamos muy orgullosos de pertenecer a Ella sabemos que no es así.
Esta JMJ ha sido una carga de energía y de vitalidad, para los que la hemos vivido en primera persona y para los que, en cierto modo, habéis seguido nuestros vídeos diarios por Facebook. 18 días de alegría, de convivencia con cientos de miles de chicos y chicas jóvenes que han disfrutado, cantado y bailado sin tener que hacer botellón, liarse con otr@s, hacer el gamberro, acostarse a las mil y levantarse con una resaca que solo lleva a la apatía y al mal humor durante todo el día siguiente.
Han sido 18 días muy cerca de todos esos jóvenes que creen en que otro mundo es posible y sobre todo, 18 días muy cerca del Señor y de sus enseñanzas, que difieren mucho de esa visión trasnochada que algunos tienen. 18 días en los que nos hemos «amado unos a otros como Él nos amó». Y fruto de ese darse sirviendo a todos y olvidarse de uno mismo ha surgido lo demás. El Papa, citando a Santa Teresa, lo dijo al finalizar el Vía Crucis: «el que no vive para servir, no sirve para vivir».
Y es que ser cristiano no es hacer cosas raras. Ser cristiano implica simplemente amar y para ello sólo es necesario tener un corazón grande y joven, cuanto más de niño mejor. Por ello, si quieres vivir tu fe en el seno de esta Iglesia, no te esfuerces en hacer otra cosa que no sea amar a los demás, que son otros Cristo, el mismo Cristo, ipse Cristum. En la JMJ lo hemos probado y…. ¡FUNCIONA!