El otro día estuve a punto de perder a mi hermano, quiso meterse con la tabla de surf que se acababa de comprar a peinar las pocas olas que se estaban levantando y, una vez dentro, veía que el agua se lo llevaba donde ella quería, sin ningún tipo de impedimento; hasta que, de repente, desapareció. Afortunadamente, una ola se lo había tragado y me hacía señas desde el agua para mostrar que seguía allí. Mi hermano se dejó llevar por la corriente, la misma que en muchas ocasiones nos lleva a hacer lo que nos apetece, sin tener en cuenta el rumbo ni el destino; simplemente, nos dejamos llevar.
Somos pioneros y líderes en planificar lo que nos apetece hacer. ¡Carpe diem! ¡Que la vida son dos días y no podemos perderlos haciendo lo que no queremos! Sin embargo, ¿de verdad vivir es solo tachar de una lista lo que uno ha hecho y escribir lo que quiere hacer?, ¿en serio vivir se puede reducir a ser caprichoso?
Por un lado, es totalmente lógico dar prioridad a aquello con lo que uno más disfruta. Pero, por otro lado, es cierto que tenemos que ser conscientes de que, a lo largo de nuestro camino, tenemos que estar preparados para encontrarnos con dificultades, inconvenientes y problemas -¡claro que nos da pereza afrontarlos! ¡Somos humanos!- Sin embargo, hay que saber que estamos aquí para hacer lo que nos toca en cada momento, por muy incómodo que pueda resultar. Si Cristo estuvo dispuesto, aún sintiendo debilidad – Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz – (Lc 22, 42) a dar su vida por todos y cada uno de nosotros, única y exclusivamente por amor – Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya – (Lc 22, 42) ¿Quiénes somos nosotros para hundirnos en el capricho y no luchar por ser fuertes en todo momento?
Como bien decía San Josemaría: “El fuerte, a veces, sufre, pero resiste”. Las personas fuertes, aquellas que anteponen lo que deben hacer en cada circunstancia por encima de lo que les apetece, son aquellas que se convierten en dueñas de sus acontecimientos. Nada que ver con los débiles, que se dejan imponer su destino a las manos de las apetencias. El mundo está lleno de caprichos y de metas fáciles. Ya es hora de darle la vuelta a la tortilla y demostrar que perseverar , luchar y esforzarse, como Jesús hizo por nosotros sin tener en cuenta defectos y virtudes, es la llave para alcanzar la felicidad en una sociedad que necesita de gente fuerte que demuestre que es posible vivir sin estar atado a las apetencias.
Porque las ganas no ganan, porque vivir es un reto y no un capricho.