El futuro está en manos de los jóvenes; nosotros somos el futuro. ¿Acaso alguien lo duda?
Nadie puede poner en duda que nuestra vitalidad, nuestro inconformismo, nuestra radicalidad y nuestras ganas de querer romper con las injusticias son cosas muy valiosas para la sociedad, pero tampoco podemos poner en duda que no estamos solos. Si hoy existimos es porque hay quienes nos precedieron, hay quienes se amaron y pensaron, ilusionados, en nosotros, y eso ocurre en todas las generaciones desde que el mundo es mundo.
¿Y los abuelos? Parece que últimamente está de moda dejar a nuestros ancianos en residencias a merced de que vayamos de vez en cuando a hacer voluntariado dándoles de comer, cantándoles unas cuantas canciones…, o yéndoles a visitar a casa los domingos para que nos hagan una exquisita comida o cuiden a nuestros hijos. Parece que molesta que quienes nacieron antes que nosotros tengan voz y voto en la sociedad, parece que hay que quitarlos del medio para poder seguir a gusto. ¡Nada más lejos de la realidad!
El papa Francisco, en el punto 191 de Amoris Laetitia, como ya hizo Juan Pablo II antes, nos recuerda el encomiable valor de los abuelos, la grandeza de la vejez, la infinita gracia que supone tener personas que nos aporten una visión sensata y con perspectiva de lo que es la vida. Una sociedad que no cuida a sus ancianos está abocada al fracaso, una sociedad formada por personas que quieren obviar la voz de quienes han vivido más que nosotros está condenada a repetir errores una y otra vez.
Dios grita también desde los ancianos, ¡cuidémoslos! Todos somos hijos de un mismo Padre, no importa nuestra edad ni nuestro estado de salud; todos merecemos ser cuidados independientemente de las arrugas que tengamos en las manos y en la cara. ¿Y tú, cuidas a tus mayores?