Correr por correr, y menos estos días que solo andando ya se suda cual pollo, no tiene sentido. Pues rezar por rezar tampoco. La oración no es una actividad alternativa para cuando nos sobra el tiempo, como puede serlo ojear el Facebook o jugar con el móvil; si es así, mejor no rezar…
Esta idea es clave, porque si no el “cristiano” se convierte en aquél que va a la Iglesia cuando se lo mandan, o que de vez en cuando recita una serie de palabrejas sin saber por qué… Sin embargo, rezar es mucho más que eso. Eso sí, aunque a veces parezca algo muy sobrenatural, en realidad es una actividad puramente humana, solo los humanos podemos hacer oración.
Orar es algo que brota de nuestros propios deseos e ilusiones. Si no hay ganas de vivir, de aprovechar cada momento de nuestra vida, es imposible que surja la necesidad de rezar. Por eso la oración no se da cuando hay ratos libres, sino que se busca, se planifica, se le hace un hueco entre el resto de actividades. Si os fijáis, muchos santos que se pasaban el día entregados en sus labores apostólicas o caritativas, dedicaban un buen rato de la jornada a la oración.
Yo creo que está claro, ¿acaso iba a dejar la Madre Teresa de cuidar a sus enfermos por ir a recitar unas oraciones que le habían impuesto por ser católica? Solo viendo con qué amor les cuidaba nos sería imposible pensar eso. La oración tenía que ser para ella algo muy importante, algo que le llevaba a, libremente, querer dejar por un momento – hasta descuidar – a los vagabundos que quería como si fuesen sus hijos…
A nosotros, cristianos, también nos choca este testimonio… ¿qué dejaríamos de hacer nosotros por estar un rato delante del Sagrario? Pidamos un poco más de fe… ¿qué dejaríamos de hacer por intercambiar una mirada, unas palabras, con Jesús?