Sí, señores, dentro de no mucho comienzas las magníficas y distendidas vacaciones de verano, acompañadas del sol radiante que nos broncea el cuerpo en la playita, de perder el reloj por no tener hora para nada, ni presión de exámenes, ni clases, ni trabajo, ni reuniones…
Este verano se presenta quizás como un verano más, en el que se espera la rutina del no hacer nada –“Aquí estamos, más apalancados que el cadáver de Tutankamón”, o se presenta tal vez como el verano de mi vida, con el que llevo soñando desde mi Primera Comunión… “Cuando sea mayor en verano viajaré y viajaré, y a la luna llegaré”.
Bueno, pues evidentemente todos queremos que sea el verano de nuestra vida, pero… qué mejor verano que aquél en el que nos proponemos servir… “¿Cómo? ¿Servir? Yo ya he servido lo suficiente durante el curso, ahora tocan mis merecidas vacaciones”. Claro, pero hay que tener en cuenta una cosa: Dios se va contigo de vacaciones, -como también vimos en el post de “Dios se va contigo de botellón”-, y no es que sea nuestro invitado, sino que gracias a Él tenemos estas vacaciones y salud para disfrutarlas. Por ello, hemos de servirle más, de hecho, tenemos más tiempo para dedicarLe que durante el curso. Eso nos hará pasar un verano productivo, y no perder el tiempo, sino aprovecharlo.
¿Cómo lo hago? Pues como hemos dicho, sirviendo: a Él y a los demás. Visitándole al menos, en un sagrario cada día, rezando el rosario, frecuentando los sacramentos (especialmente la Penitencia y la Eucaristía), sin abandonar la dirección espiritual con un sacerdote o persona de confianza en donde nos encontremos…, etc.
También se sirve a Dios sirviendo a los demás, visitando a los enfermos, en casa poniendo la mesa, siendo alegre, haciendo esos recados de los que durante el curso nos escapamos porque tenemos que estudiar, estando con los amigos… “Ciertamente os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Todo esto no supone renunciar a pasar un buen verano, pero hay que tener claro que un verano es realmente bueno cuando se pasa con Jesucristo, porque todo momento con el Señor, es el momento mejor aprovechado, y un verano entero con Él, será sin duda, “el verano de tu vida”.