Habréis oído que: «uno no sabe realmente lo que tiene hasta que lo pierde». De hecho, creo que todos lo hemos comprobado alguna vez. Por ejemplo, cuando nos lesionamos nos damos cuenta de cuan poco habíamos valorado hasta ese momento los partidos anteriores. O cuando nos quitan el carnet por hacer el imbécil y tenemos que ir andando a todos lados, o cuando por un descuido nos olvidamos las Ray-Ban en la cafetería y tenemos que invertir otros 180€ en unas nuevas.
A veces, y en muchos de estos casos, no nos queda más remedio que «fastidiarnos» y aprender la lección. Pero en otras muchas circunstancias, las situaciones exigen más. Hablo de ocasiones en las que hemos involucrado a otras personas y con nuestras acciones u omisiones hemos herido, fallado o hecho sufrir a los demás o a Dios, como ocurre cada vez que pecamos.
Para estos casos, en mi elenco existe otra frase: «todo tiene remedio menos la muerte». Nuestras faltas y meteduras de pata sólo pueden subsanarse con una petición de perdón sincera y llena de arrepentiemiento. En el caso de ofensas a Dios todo es más fácil, porque sabemos con certeza que siempre que acudimos a Él en la confesión nos perdona, aunque por otro lado esto tenga el peligro de que acabemos acostumbrándonos a ello.
A esto quería llegar. ¿Os habéis dado cuenta de la GRANDEZA que implica que un ser querido nos perdone? Es algo que sólo podemos «palpar» cuando lo vivimos en nuestra propia carne, y que hace nacer en nosotros un arrepentimiento y un propósito de mejora más perfecto. Pero, te pregunto y me pregunto… ¿Cómo acogemos el perdón y la misericordia de Dios cada vez que le pedimos perdón?
Si a las personas que quieres le agradeces mucho su perdón, si tú mismo valoras mucho el perdonar a los que más quieres… ¡Cuánto más debes hacerlo con el Amigo que ha dado la vida por ti! No es una frase más de este post, es una realidad. Piensa ahora mismo en tu mejor amigo y en esa ofensa grave que has podido tener con él, en el perdón posterior… y ahora cae en la cuenta de que Jesús es más y ha hecho mucho más por ti que todo lo que valoras de tu mejor amigo. Pues… ¡Cuánto más debemos agradecer su paciencia y perdón! Y ahora, con este planteamiento… ¿qué tal si también sacamos el propósito de no volver a fallarle?