No pienses tanto en ti y… ve un paso más allá, ¡piensa en el otro! Al salir de ti mismo, verás la realidad, la urgente necesidad de salir al encuentro de los enfermos, ¡de visitarlos!
En este tiempo Pascual, queremos ponernos frente a Jesús Resucitado, que nos presenta esta obra de misericordia, para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos… ¿te animas?
El año 257 d.C., el alcalde de Roma le pidió a san Lorenzo que recogiera todos los tesoros de la Iglesia, y se los llevara. Lorenzo pidió que le diera tres días para reunirlos. Pasado ese tiempo, volvió y le dijo: ¡Estos son los tesoros más apreciados de la Iglesia de Cristo! El alcalde se indignó, porque el santo había salido al encuentro de todos los enfermos de la ciudad.
Si la Iglesia misma asume este dinamismo, ¿qué debemos hacer nosotros? ¿A quién se debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio encuentra una orientación contundente: «los pobres y los enfermos”. “El mismo Jesús se detenía a tocar a los enfermos” (Amoris Laetitia 289), los visitaba Él mismo. Jesús no vino a por los que se encuentran “sanos”, sino a por los enfermos.
“Una de las mayores pobrezas de la cultura actual es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas” (Amoris Laetitia 43). A lo largo de todo este Año Jubilar, pedimos llegar a ser Misericordiosos como el Padre, poder ser como el Padre, ya que solo así llevaremos a los enfermos que se encuentran solos, la presencia de Dios. Tener a alguien que te visite, cuide y te quiera es algo insustituible.
¿Te animarías a visitar a ese enfermo que se encuentra solo? No tienes que llevar nada, Jesús no nos pide eso, sólo que lo visitemos, que estemos a su lado, que compartamos un momento con él. Sigamos pidiendo ser misericordiosos, ya que “cuando servimos a los pobres y enfermos, servimos a Jesús” (Santa Rosa de Lima). Eso mismo hicieron los santos, como la Madre Teresa de Calcuta o José Gabriel del Rosario Brochero, o tantos otros. Imitémoslos, porque solo así, Él mismo nos va a decir…»estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 36.).
Ahora, tú y yo, sólo tenemos que darnos cuenta de esta llamada…