Ya desde el siglo XVI, en la sociedad inglesa, se decía la famosa frase: “la curiosidad mató al gato”. ¿La curiosidad? Bueno, en realidad, lo que se siguió de ella; pero todo comenzó cuando se preocupó demasiado por algo o alguien por quien no se tenía que preocupar. Por eso se dice que la curiosidad es mala hasta para la salud… ¿no te has dado cuenta?, yo sí. Pero sobre todo perjudica a la salud espiritual, que es la que más nos interesa (o debería).
El hombre es lo que ve, decía un autor, y con toda razón! La mirada es la ventana del alma, de nuestra alma, y por allí entra, en parte, lo que llena nuestro corazón. Por eso la gente que anda mirando y buscando por todos lados para cazar el último cotilleo, en el fondo es que tiene el corazón vacío y necesita llenarlo con cualquier cosa… Pero ¿Qué hacemos para controlar la ventana de nuestra alma? ¿No mirar? No, claro, es más bien no quedarse mirando lo que no buscamos de verdad.
Hace unos pocos días, escuchábamos como los Magos de Oriente al ver la estrella se llenaron… ¡de alegría!, y luego sabemos que no corrieron la misma suerte que nuestro gato inglés, sino que fueron a adorar a Jesús. No fue simple curiosidad, no se limitaron a mirar la estrella. Al verla, averiguaron a qué apuntaba, y al descubrir que era el camino hacia Jesús la siguieron.
Y nosotros, ¿Qué podemos hacer ante tantas estrellas reales o falsas que nos llaman la atención? No preocuparnos, no curiosear (como dicen en Argentina), más bien primerearle a la curiosidad, citando al Papa Francisco. Porque al final solo una cosa es digna de búsqueda: el Reino de Dios, encontrar a Jesús y adorarle, todo lo demás, sí, todo!… se dará por añadidura.
Con la colaboración de @javicasals