Hay una gran diferencia entre la mirada de un burro y la de una persona. En realidad, ambos pueden ver cosas porque tienen el sentido de la vista, sin embargo lo hacen de forma distinta, al menos de vez en cuando.
Para los animales, los sentidos son instrumentos de rastreo. Van oliendo por aquí, tocando por allá, viendo de un lado a otro hasta que encuentran una cosa que les atrae y centran todos sus sentidos en eso. Si de repente perciben algo más interesante dejan lo que tenían sin ningún reparo. Como vemos, dependen totalmente del exterior, si no les llegasen estímulos desde fuera serían como piedras.
Ponerse delante de un burro puede ser un truco para ganar en humildad. Puedes ser un abogado prestigioso, el número uno de tu clase o una modelo que deslumbre… para ese burro sólo eres algo que puede ser apetecible o peligroso…
Lo malo es que a veces las personas podemos ver las cosas como ese burro, reducirlo todo a lo que nos interesa. Y como hemos visto, desvaloramos los esfuerzos de ese prestigioso abogado o del estudiante, o peor aún, no tenemos en cuenta el valor que tienen como personas.
El ser humano, aparte de poder captar lo que le apetece, puede mirar las cosas tal y como son. Es capaz de dirigirse a la realidad, conocerla y valorarla. Por eso podemos pasar de ver a una persona el primer día de universidad a, después de conocerla, mirarla como a un amigo. O de ver a un pobre mugriento por la calle, a mirarlo con una sonrisa cariñosa y ayudarlo.
Nuestra sociedad necesita jóvenes que miren con ojos humanos todo lo que ven, y no como a veces, con ojos de burro. Sólo hace falta un acto de interés, fijarse un poco más en aquello que nos rodea, encontrar valor más allá de nosotros mismos.
Piensa como ves a las personas que tienes a tu lado e intenta mirarlas como se lo merecen, este puede ser un buen primer paso para cambiar el mundo.