Cuando salimos de casa, hay tres residentes permanentes en nuestros bolsillos: la cartera, el móvil y las llaves. Siempre que nos ponemos las manos en los bolsillos, nos consuela comprobar que siguen allí porque son cosas importantes para todo lo que hacemos. De hecho, está totalmente comprobado que si en cualquier momento del día, independientemente de lo que estemos haciendo, nos damos cuenta de que nos falta alguna de estas tres cosas, no continuaremos nuestras actividades hasta que vuelva a estar en su sitio: nuestro bolsillo.
Por otro lado, cuando volvemos a casa solemos colocar las llaves en la entrada, la cartera en el cajón de la mesita y el móvil encima del escritorio, por ejemplo. Entonces los bolsillos pierden su función, como todo está en su sitio, controlado, no hace falta usarlos.
¿Pero qué pasa si al llegar a casa nuestros bolsillos están vacíos? Pues que ya no hay posibilidad de relajarse, antes tenemos que encontrar nuestra cartera, llaves o móvil.
Del mismo modo, tampoco podemos entrar tranquilamente en una iglesia para ir a Misa si no llevamos con nosotros lo que nos hace ser cristianos. Si justo al entrar en el templo, nos damos cuenta de que no hemos hecho nada por Jesús o por los demás durante la semana… nuestra conciencia, intranquila, empezará a dar vueltas en Misa y no nos dejará acompañar a Jesús en la cruz, o al menos nos resultará muy difícil.
Por esto, un cristiano también ha de procurar llenar sus bolsillos de buenas obras para poder vaciarlos en el altar cada domingo.
Para empezar, ¿qué te parece la idea de llevar siempre una pequeña cruz en el bolsillo? Te lo propongo para que así logre convertirse en una de esas cosas importantes que, al tocarte el bolsillo, te recuerde que estás queriendo a Jesús. Y si no, al igual que con la cartera o el móvil, ¡no descanses hasta encontrarla!