Ya huele a Navidad, las luces navideñas se han encendido en las ciudades, los turrones abarrotan las estanterías de todos los supermercados y los carruseles con renos empiezan a llegar a las plazas. Pero, ¿es Navidad? No, no es Navidad. Como todo en la vida es camino, la Iglesia nos regala 4 semanas magníficas para prepararnos para uno de los acontecimientos más importantes de nuestra fe.
Jesús nació como uno de nosotros, Dios mismo se encarnó en el seno de una mujer, María, la joven de Nazaret que pronunció aquel incondicional “sí” que la llevó a firmar un cheque en blanco con Dios. Eso lo celebramos el día 25 de diciembre; ese día sí es Navidad. ¿Y ahora qué celebramos? Ahora no celebramos nada, ¡ahora esperamos! Resulta raro, ¿verdad? Esperar es algo que a nadie le gusta, en nuestra sociedad de las carreras para coger el metro, el envío exprés de paquetes, los trenes de alta velocidad, la descarga de archivos más rápida, etc., todo nos anima a decir “yo paso de esperar”.
La Iglesia, como una buena madre, nos invita a esperar. Nos invita a profundizar durante nada más, y nada menos, que 4 semanas lo que va a ser la revolución del año: el nacimiento del mismo Dios, que hace 2015 años pisó nuestro mismo suelo, respiró nuestro mismo aire, comió nuestra misma comida, usó los mismos pañales que usan nuestros pequeños, etc. ¿No te parece algo digno de recibir tu tiempo y tu paciencia?
Vale, te parece algo lo suficientemente importante como para regalarle tu tiempo, pero no sabes cómo hacerlo. Te invito a hacer un calendario de Adviento, pero este sin chocolatinas; un calendario de propósitos, donde al lado de cada día de la semana, hasta Navidad, aparezca algo que te cueste y, así, puedas intentar lograrlo para ofrecérselo a Dios hecho niño.
A lo mejor tienes que proponerte no criticar a ese compañero que te cae tan mal, ponerte a estudiar a la hora, no posponer el despertador durante 15 minutos seguidos, ser más diligente, fregar los platos sin rechistar, no dejar de lado la oración diaria, no contestar mal a quien te desquicia a cada minuto, llamar a ese amigo que se enrolla tanto por teléfono con cosas a veces no demasiado interesantes, hacer un examen de conciencia antes de irte a dormir para ver cómo va tu relación con Jesús, ir a buscar al cole a tus hijos con una sonrisa, ayudar a esa hermana que tanto le cuesta valerse por sí misma, rezar el Rosario pensando en cuánto le agrada a la Virgen, echar un cable a tu primo pequeño con los deberes, ir a Misa algún día de diario, no dar rienda suelta a todo lo que te apetezca en cada momento, o mil y un ejemplos más, porque, como humanos, cada uno tiene sus limitaciones. ¿Te animas a vivir estas cuatro semanas en actitud de espera? ¿Te animas a preparar el camino del niño Jesús con pequeños propósitos cumplidos con un amor enorme?
¡Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación! (Lc 21, 28). ¡Joven, levántate, sé feliz, tiende la mano a quien lo necesite, vive con esperanza, está cerca el niño Dios! ¡Qué grande es Dios y qué oportuna y sabia es la Iglesia!