El pasado domingo, a las doce del mediodía volvía a casa con el pan bajo el brazo. En sentido contrario y por la misma acera, venía una amiga de veintidós años acompañada de un chico. Teníamos que cruzarnos. Y cuando estábamos a medio metro, la miré a los ojos y lo entendí todo.
- No os habéis acostado en toda la noche, ¿verdad?, pregunté.
Sonrió, lo reconoció y cruzamos seis palabras más, suficientes para apreciar que además algo de alcohol también le acompañaba. Imagino que al llegar a casa dormiría hasta el lunes.
Parece que la moda manda también en esto y los fines de semana, chicos y chicas de colegio, universitarios y jóvenes profesionales que están disfrutando de su primer trabajo, se quitan el traje de entresemana y con él es como si cambiasen de piel. Cambian de personalidad. Abandonan el rol de responsabilidad, de autodominio y de saber gobernarse a sí mismo, y, ¡ala, a la manada!
¿Qué encuentran ahí los adolescentes y jóvenes en las noches de los fines de semana? No me importa reconocer que yo también he pasado por ellos y lo que se encuentra es una concepción ramplona y vulgar de la vida y de la diversión. Es un encuentro alrededor de la bebida, el consumo y la búsqueda de placer. Algunos/as desean hallar también un agradable rato de conversación y de conocer sanamente a otras personas. Pero para una gran mayoría, tal momento es simplemente manada. Lo importante es acompañarse permanentemente de un vaso entre las manos, normalmente con no poco alcohol, y de un individuo del otro sexo. Al final, la conversación suele estar llena de tópicos, vulgaridades y temas de poco nivel mientras se hace hora para coger el puntillo, puntazo y ciego que lleve a hacer cosas en su mayoría vergonzosas una vez se ha cambiado de personalidad. Algunos/as, para poner la guinda, se acaban embarcando en alguna aventura erótica con la que ver amanecer desde cama distinta a la propia.
A este panorama es al que desde hace varios años los jóvenes tienden. Un ambiente, un entorno y una compañía, en el que si algo no brilla es la personalidad. Y por lo tanto, lo ideal es abandonarlo lo antes posible para ir adonde sí se debe ir y, como ya contamos en una entrada anterior, Dios se pueda sentir a gusto con el amigo al que Él tanto quiere.
Y sé que es muy duro plantear esto. Ir a contracorriente y renunciar a esta risa fácil y a la evasión en que estamos metidos de lleno requiere un esfuerzo sobrehumano. Pero merece la pena encontrar gente y planes con los que puedas ser tu mismo y de los que a la mañana siguiente no solo no estés destrozado (física y anímicamente) sino también muy orgulloso de haberlos llevado a cabo. Piénsalo, yo desde hace tiempo descubrí que merecía y mucho la pena.