Hoy, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia nos recuerda cual es la verdadera señal del cristiano: La Cruz. Tal es así que, como escuchábamos ayer en el Evangelio de San Marcos, cuando Pedro le dice a Jesús que se vaya a otra parte con el cuento de la Cruz, el Señor le reprende con palabras duras, ¡al Cabeza de la Iglesia!, porque no puede haber un cristiano sin Cruz.
El problema es que, en un mundo donde se busca el placer y se rehuye la pena, la Cruz parece que no tiene sitio y que su lugar es un rincón de una vieja sacristía. Sin embargo, la Cruz siempre está presente en la vida de cada uno de nosotros: ¿quién no sufre una desgracia familiar, un contratiempo profesional, una lesión o enfermedad o un disgusto en sus relaciones sociales?
Esto es lo que llamamos Cruz, y ésta siempre aparece. Ahora, lo único que pide Jesús es que sepamos aceptarla con sentido sobrenatural: viendo detrás de esos acontecimientos, no la mano perversa de un Dios que quiere fastidiarnos sino la mano amorosa que nos tiende para unirnos a su magno sacrificio.
Si las desgracias, los contratiempos o disgustos se miran con los ojos de la Fe, donde antes sólo se encontraba tristeza ahora se pueden ver signos de optimismo. Por eso, no mires esas situaciones como una ocasión de llorar sino de sonreír, y busca esta nueva visión para afrontarlas porque nuestras ganas de cambiar el mundo no pueden depender solo de cuando estemos bien. Dando un sentido a la Cruz, y enseñando a los que nos rodean a dárselo, haremos reinar el optimismo incluso ante las situaciones más adversas, sembrando una gran paz y alegría a nuestro alrededor. ¿Vamos a por este nuevo pasito?