Esta semana podríamos decir que vamos a dar uno de esos pasos de gigante, un paso gracias al cual todos los demás que demos en adelante nos van a costar muchísimo menos. Esta semana vamos a vaciar la mochila con la que estamos haciendo este camino, y vamos a tirar todo aquello que no nos sirve para nada.
Sí, sin darnos cuenta hace un mes nos pusimos en marcha con una mochila que tenía piedras. Sí, ¡piedras! En algunas mochilas, sin saberlo, lleváis piedras enormes y pesadísimas. En las de otros son más pequeñitas pero, en cualquier caso, no nos aportan nada y nos relentizan mucho. Hoy toca preguntarse: ¿para qué queremos llevar piedras? ¿Las tiramos?
Mirad, las piedras con las que recorremos nuestro camino se llaman pecados, y la mochila es nuestra alma. Los pecados nos hacen sentirnos pesados, nos hacen ir lentos, nos hacen perder la alegría, la sonrisa… porque esos son los efectos más visibles de llevar esa carga a cuestas, esa carga que no aporta nada aunque a veces creamos que pecando somos más libres y felices. Eso, perdonad, pero es un engaño (más) del demonio, un espejismo que se desvanece y pasa una vez que hemos ofendido a Dios.
Las piedras de nuestra alma se sueltan, todas a la vez, en la confesión. La mochila que ahora pesa 10, 30, 40 kilos… nos la volvemos a colgar vacía y en esos huecos que han quedado metemos cosas que realmente nos aportan y nos ayudan: es la gracia de Dios. Por ello, una vez que lo hagamos no sólo vamos a ir más ligeros por lo que soltamos sino también por la ayuda que recibimos.
Esta semana toca pasar por el Sacramento de la Reconciliación. Date cuenta de todo lo que ganas, y de las ganas que Dios tiene de limpiarte, de perdonarte. No importa ni la cantidad de piedras que lleves ni su tamaño. Él, con tu arrepentimiento, va a tirarlas todas lejos y te va a ayudar a que no vuelvas a tropezar. Él va a ir a tu lado en adelante e incluso si caes de nuevo, va a estar ahí para tenderte la mano y que te levantes. Y le da igual si eso tiene que ser una vez más o setenta veces siete, Él es el Padre que sale constantemente al encuentro del Hijo Pródigo, que somos tú y yo.
Prepárate y da este pequeño paso. A partir de ahora tenemos que ir ligeros para aumentar un poco el ritmo, ¡nos queda mucho camino por recorrer y mucho mundo que cambiar!