A simple vista esta entrada puede parecer intrascendente. Podemos pensar que sabemos perfectamente como hacer una genuflexión y sino, que con mirar la foto… está aprendido.
Como sabéis, en la sección Pequeños Pasos proponemos puntos de catequesis para ir mejorando en lo humano y en lo divino un poquito más, porque las cosas siempre se pueden ir haciendo algo mejor.
La genuflexión es una forma de adorar a Dios, de reconocer Su presencia, de decir con el gesto «yo te adoro, Señor». Por este motivo, la genuflexión tiene una forma externa y visible muy importante, pero también otra interna, que sólo Dios ve, y que es donde realmente nos jugamos su perfección.
Hacerla bien es muy sencillo. Basta con inclinar la rodilla derecha hacia el suelo hasta tocarlo, de forma pausada y elegante, manteniendo el torso erguido y la mirada fija en el sagrario. Si se desea, posteriormente también se puede inclinar levemente la cabeza.
Con esto podríamos decir que «la genuflexión está hecha». Sin embargo y como decía al principio, lo más importante es que hay que hacerla con sentido, con cuidado, con el corazón, siendo conscientes de lo que significa… no fuera a ser que se confundiera con aquellas reverencias con las que los soldados se mofaban de Jesús tras ponerle la corona de espinas.
Por otro lado, la genuflexión solamente se hace cuando uno pasa por delante del sagrario o de la Custodia, donde está realmente Jesús Sacramentado como vimos en la entrada anterior. No se hace una genuflexión ni ante un altar, crucifijo, virgen, santo o cosa donde no esté Dios realmente presente con su Cuerpo y Alma. En estos otros casos, lo correcto es hacer una inclinación de cabeza en señal de respeto al pasar por delante de ellos.