Hoy hace una semana del último café que eché con un amigo. Justo cuando nos despedimos me hizo esa pregunta. Me acordaba esta mañana de él porque he vuelto a ir a misa, aun siendo martes y no contar como una de las que llaman «obligaciones del cristiano».
El porqué del hacerlo así es muy sencillo: creo que es lo más grande que cada día una persona puede hacer. Sí, has leído bien: lo más grande. Y tanto es así que da igual lo que ahora se te pase por la cabeza que no es más que esto.
Tal vez no entenderlo así puede arrancar de un punto de partida erróneo aunque frecuente: pensar que hay que ir a misa para «escuchar al cura», «para no cometer un pecado» o «porque así lo he hecho siempre». Si partimos de ahí, es muy normal que dejemos de asistir si el cura de turno es un poco pesado, si los altavoces no se escuchan bien, si lo que dice «no me dice nada» o incluso si el motivo último es el de no enfadar a la novia/o, padres, o darle un disgusto a la abuelita. Ir a misa es mucho más que todo eso, o mejor dicho, es todo menos eso o las razones parecidas que se nos ocurran.
En primer lugar porque ir a misa es conmemorar el Sacrificio de la Cruz, el mismo sacrificio por el que Jesús murió por cada uno de nosotros para obtener nuestra salvación. Pero además, no es un mero recuerdo de algo que pasó hace unos 2000 años sino que el mismo Sacrificio se repite en cada Misa y el Señor vuelve a morir para redimirnos. Y esto es así de literal, no una forma de explicarlo.
Esta razón tan aparentemente «teológica» podemos hacerla más de «andar por casa» si cuando vamos aprovechamos para poner en práctica los 4 fines de la misa:
- Adorar al Dios que nos ha creado y que ha creado todo cuanto nos rodea.
- Pedirle perdón por las faltas y pecados con los que nosotros y el mundo le ofende.
- Pedirle por nuestras intenciones y necesidades.
- Darle gracias por las mil cosas con las que cada día nos bendice, aunque sólo sea el que nos hayamos podido levantar un día más.
Posiblemente me podáis decir que para hacer todo eso no hay que ir a misa. Y es verdad, pero la ventaja de hacerlo ahí es que todo ello cobra un valor infinito porque como decía antes, se está actualizando el mayor acto de amor que cualquiera puede hacer por otro: dar su vida por él.
En segundo lugar, al participar de la misa estando en Gracia de Dios (sin conciencia de haber cometido pecados mortales o habiéndonos confesado antes) podemos comulgar y recibir así al Señor, a nuestro Dios, al Ser más grande que existe. No es ya estar en el concierto de nuestro artista favorito, ni tomar café con un personaje célebre. No es ni siquiera hospedar en nuestra casa a un presidente, rey, ni al mismísimo Papa. Ir a misa y comulgar es recibir en nuestro interior al Creador, al que hace que todo ocurra o deje de ocurrir, a Dios, a la persona que más nos quiere en el universo.
Y dicho esto, ahora la pregunta la hago yo: ¿piensas que para una persona que realmente tiene fe en esto le merece la pena ir a misa? Si te parece que sí… ¡apúntate!