Para. Mira. Contempla. Piensa. Recapacita. Hace mucho que no lo haces, ¿verdad? ¡Ha llegado el Adviento!
Todo te invita a correr, lo sé. Las prisas, los últimos trabajos, los exámenes, el atasco de las 8 en punto y la cola del súper. Y, de repente, Dios te grita: “¡PARA!” Y no para un día, ni dos, ni tres… ¡Para durante 3 semanas!
Ahora tienes entre las manos un tiempo para ti, para Él, para esperarlo, para acompañar a María en sus últimas semanas de embarazo. ¿Te lo imaginas? ¡Métete en aquellos días fríos de Belén!
Es tiempo de elegir siempre un sitio al raso, y de elegir el frío, de parar para coger impulso y de ponerse en camino. Probablemente ni tú ni yo tengamos que aceptar dar a luz en una cuadra, pero podemos elegir poner buena cara a ese compañero tan insoportable, o ayudar a nuestra madre a poner la mesa ese día que llegamos tan cansados. Además de sonreír y darle un café a ese pobre que pide en la esquina de nuestra calle o dejar nuestro orgullo a un lado y pedir perdón a ese amigo con el que llevamos tanto tiempo enfadados por una tontería.
También podemos recalcular la ruta y la meta, ¿sabes a dónde vamos? Sí, ¿verdad? ¡Al Cielo! Despréndete de todo lo que te pese, deja tus pecados en el confesionario, deja tu rencor olvidado en una esquina y no te olvides de cargar las pilas para abrazar muy fuerte al niño de Belén.
Dios es tan real y tan humano que se hizo lo más débil y lo más entrañable: ¡un niño! ¿Algo más grande que Dios en un recién nacido? Tómate en serio estas semanas, sé capaz de encender cada domingo una vela en tu corazón, ofrécele todo lo que te cueste; tu pobreza, tu necedad y tus pecados solo van a tener sentido puestas a los pies del pesebre, para que ese Niño las transforme en lo que más necesites.
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