Ante Dios todos los hombres son iguales en la medida en que todos tienen el mismo Creador, todos fueron creados según la única imagen de Dios con un alma dotada de razón, y todos tienen el mismo Redentor.
Dado que ante Dios todos los hombres son iguales, todo hombre posee la misma dignidad y puede reclamar los mismos derechos como persona. Por eso toda discriminación social, racial, sexista, cultural o religiosa de la persona es una injusticia inaceptable.