El que se ensalza será humillado.
La Sagrada Escritura, hermanos, nos advierte con voz muy fuerte diciendo: Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. El profeta indica que la evitaba al decir: Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad. Y, ¿qué pasará si no fui humilde, si se ensoberbeció mi alma? Tratarás a mi alma como al recién destetado en brazos de su madre.
Una escala que se sube bajando.
Por tanto, hermanos, si queremos llegar a la cumbre de la humildad y llegar pronto a aquella exaltación celestial a la que se asciende por la humildad de la vida presente mediante los peldaños de nuestras obras, tendremos que levantar aquella escala que Jacob vio en sueños y en la que se veían ángeles bajando y subiendo. Sin duda alguna, en el bajar y subir no entendemos otra cosa sino que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. Pues esa escala levantada es nuestra vida temporal que Dios eleva hasta el cielo por nuestra humildad de corazón. Los largueros de esa escala son nuestro cuerpo y nuestra alma. La vocación divina ha dispuesto en ellos diversos peldaños de humildad o de observancia que se deben subir.
1º El temor de Dios
Así, pues, el primer grado de humildad consiste en tener siempre presente el temor de Dios sin dejarlo en el olvido. 11 Recuerde siempre los mandatos divinos; y considere una y otra vez cómo, por sus pecados se abrasan en el infierno los que despreciaron a Dios; en tanto que hay una vida eterna preparada para los que le temen. 12 Guardándose de todo pecado o vicio sea de pensamiento, de palabra, con las manos o los pies, con la propia voluntad o de deseo carnal, 13 tenga siempre presente que Dios desde el cielo le está mirando a todas horas, que su obrar en cualquier lugar se halla ante la mirada de Dios y que los ángeles en todo instante le informan.
Esto nos inculca el profeta cuando, para hacernos ver que Dios conoce todos nuestros pensamientos, dice: Tú que sondeas el corazón y las entrañas, tú el Dios justo. 15 y también: Sabe el Señor que los pensamientos del hombre son insustanciales. 16 Y de nuevo: De lejos conoces mis pensamientos. 17 Y El pensamiento del hombre se te dará a conocer. 18 Y para estar siempre en guardia contra sus malos pensamientos el hermano virtuoso diga siempre en su interior: Sólo seré puro en su presencia si me mantengo libre del mal.
No hagas tu propia voluntad.
La Escritura nos prohíbe hacer la propia voluntad al decirnos: Refrena tus deseos. 20 Y en la oración también le pedimos a Dios que en nosotros se haga su voluntad. 21 Con razón se nos enseña a no hacer nuestra voluntad al precavernos con la misma Escritura: Hay caminos que parecen rectos a los ojos de los hombres y terminan en lo profundo del infierno. 22 Y también por temor a lo que se dice de los incautos: Se han corrompido cometiendo execraciones.
Dios te vigila.
En cuanto a los deseos de la carne creamos que Dios siempre está presente, como dice el profeta al Señor: Todas mis ansias están en tu presencia.
Debemos, pues, guardarnos de todo mal deseo, porque la muerte está apostada junto al umbral del placer. Ya la Escritura nos enseña: No sigas tu concupiscencia. Por tanto, si los ojos del Señor vigilan a buenos y malos, si el Señor observa desde el cielo a los hijos de Adán para ver si hay alguno sensato que busque a Dios y, si los ángeles, que nos han sido asignados, dan cuenta al Señor día y noche de nuestras obras, debemos vigilar, hermanos, siempre, como dice el profeta en el salmo, no sea que Dios en cualquier momento vea cómo todos nos extraviamos igualmente obstinados y, perdonándonos en esta vida porque es compasivo y espera que cambiemos a mejor, nos diga en la futura: Esto hicisteis y callé.
2º No vine a hacer mi voluntad
El segundo grado de humildad consiste en no amar la propia voluntad, ni satisfacer sus deseos, para imitar realmente el ejemplo del Señor: No vine a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. También dice la Escritura: La voluntad conlleva su castigo y la imposición tiene su mérito.
3º Obediente hasta la muerte
El tercer grado de humildad consiste en que por amor a Dios el monje se someta al superior con total obediencia, imitando al Señor, de quien dice el apóstol: Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.
4º Armarse de paciencia
El cuarto grado de humildad consiste en armarse interiormente de paciencia cuando, al obedecer, se le presenten situaciones difíciles e ingratas, o incluso hirientes. Soportándolas, no se canse ni desista, pues dice la Escritura: El que persevere hasta el final se salvará. Y también: Ten ánimo, confía en el Señor. Y, para hacernos ver que el que quiere ser fiel aun en las adversidades debe soportarlo todo por el Señor, dice en nombre de los que sufren: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Y, seguros en la esperanza de la recompensa divina, prosiguen diciendo gozosos: Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquél que nos ha amado. Y también dice la Escritura en otro lugar: Oh Dios, nos pusiste a prueba, nos refinaste como refinan la plata, nos empujaste a la trampa, nos echaste a cuestas un fardo. Para dejar claro que debemos vivir bajo un superior sigue diciendo: Sobre nuestro cuello cabalgaban. Cumpliendo con serenidad el mandato del Señor en medio de las adversidades y desaires, si les golpean en una mejilla presentan la otra, a quien les quita la túnica le dan el manto, obligados a andar una milla van dos, con el apóstol Pablo soportan a los malos hermanos y bendicen a quienes les maldicen.
5º Confiese humildemente
El quinto grado de humildad consiste en no ocultar al abad en humilde confesión todos los malos pensamientos ni el mal hecho a escondidas. La Escritura nos anima a hacerlo diciendo: Encomienda tu camino al Señor, confía en él. Y también: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Y el profeta insiste: Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
6º Conténtese con lo peor
El sexto grado de humildad consiste en contentarse con lo despreciable y lo último, en considerarse mal obrero e indigno de cuanto se le encomienda diciendo con el profeta: Yo era un necio y un ignorante, yo era un animal ante ti. Pero yo siempre estaré contigo.
7º Considérese el último
El séptimo grado de humildad consiste en creerse el último y peor de todos, no sólo de palabra sino en lo más profundo de su corazón, humillándose y diciendo con el profeta: Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo. Me he ensalzado y he sido humillado y confundido. Y también: Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos.
8º No obre por su cuenta
El octavo grado de humildad consiste en que el monje no haga más que lo que le proponen la regla común del monasterio y el ejemplo de los mayores.
9º No hable
El noveno grado de humildad consiste en que el monje no deje hablar a la lengua y, guardando silencio, no hable hasta que se le pregunte. Pues la Escritura enseña que hablando mucho no se evita el pecado, y que el deslenguado no se afirma en la tierra.
10º No se ría fácilmente
El décimo grado de humildad consiste en no ser de risa fácil y pronta, pues está escrito que El necio ríe a carcajadas.
11º Hable con sencillez
El undécimo grado de humildad consiste en que el monje, al hablar, lo haga suavemente y sin risas, con humildad, seriedad y pocas palabras. No hable a voces, como está escrito: Al sabio se le conoce por sus pocas palabras.
12º Humilde en su porte externo
El duodécimo grado de humildad consiste en que el monje no sólo sea humilde en su interior sino que también lo manifieste en su porte externo a los que le ven. Es decir, que en el oficio divino, en el oratorio, en el monasterio, en la huerta, de viaje, en el campo, en cualquier parte, sentado, caminando, o de pie, tenga siempre inclinada la cabeza y los ojos fijos en el suelo. Considerándose en todo momento culpable de sus pecados, se imaginará ya ante el temible tribunal de Dios, diciendo siempre en su interior lo que, con los ojos clavados en tierra, decía aquel recaudador del evangelio: Señor, yo no soy digno, tan pecador, de alzar mis ojos al cielo. Y diga también con el profeta: Estoy agotado, desecho del todo.
Llegará al perfecto amor de Dios.
Subidos, pues, todos estos grados de humildad, el monje llegará en seguida a aquel amor de Dios que, por perfecto, echa fuera todo temor. Gracias a él, lo que antes cumplía no sin temor, comenzará a observarlo sin esfuerzo, como espontáneamente y por costumbre. No tanto por temor al infierno, cuanto por amor a Cristo, por la misma buena costumbre y por el gusto de las virtudes. El Señor, por el Espíritu Santo, manifestará todo esto a su obrero ya limpio de vicios y pecados.