A veces los jóvenes, y no tan jóvenes, tendemos a acumular una serie de experiencias que nos llenan, nos acercan a Jesús, nos hacen encontrarnos con él pero que la vuelta a nuestra rutina diaria de prisas y actividades múltiples hace que se queden en un rinconcito del corazón, como latentes, como si fueran brasas de una hoguera cubierta de ceniza, esperando que una foto, una charla o un encuentro como el de aquel verano de 2010 hizo quitar esa ceniza y revivir el fuego interno que un día alguien creó.
De la mano de mi prima, de mi hermano, y de unos cuantos amigos mas nos animamos y nos decidimos a hacer la inscripción en una aventura inolvidable.
Todo comenzó con la peregrinación diocesana a Santiago de Compostela en la que participábamos más de 750 jóvenes peregrinos de la diócesis de Toledo. Por arciprestazgos y zonas salían los autobuses a lo largo de la madrugada del 31 de Julio de 2010. Nuestro arzobispo Don Braulio Rodríguez se unió desde el primer momento, y de esta forma era el encargado de acogida y motivación.
Lo verdaderamente importante no es en sí la ruta física, tal camino o tal sendero, sino el camino del caminante, tu propia experiencia interior en contraste con lo que la ruta te va ofreciendo por fuera, porque el Camino tiene la rara virtud de estar hecho a la medida de cada uno. Cada uno buscábamos “algo” en aquella aventura, en aquel camino, era un “algo” tan diferente, pero al final cada uno de nosotros obtuvo ese “algo”.
El camino te da tanto y te pide tan poco. Es una experiencia, una pedagogía que enseña a vivir mejor. Todavía hoy me acuerdo del primer día, nada mas ponernos a andar no tardaron en venir los primeros dolores..
Es magia, hay que llevar bien abiertos los ojos para poder admirar con detenimiento las maravillas que nos ofrece la madre naturaleza; sus sonidos, la brisa fresca de la mañana, el verde de aquellas tierras…
El ambiente fue desde el primer momento de acogida. Tanto los días de preparación como los propios de la PEJ, fueron jornadas para compartir vivencias y sobre todo para crear vínculos que hicieron que los actos y actividades que tuvieron lugar después, resultarán llenos de testimonio de fe.
Mi experiencia fue muy positiva. Reconozco que acudí a esta “cita” sin ningún tipo de expectativas pero desde el primer día me vi sorprendida por una sensación evocadora que, poco a poco, me hizo sentir cómoda y que ha servido para guiar mis pasos y dar luz a muchas de mis decisiones.
Esos momentos de reflexión en la catedral compartiendo con aquellos que finalizaban el Camino de Santiago. El reencuentro con la Cruz, (la cruz que San Juan Pablo II entregó a los jóvenes y que peregrinó durante un año antes en España, donde tuvo lugar la JMJ 2011) , cuando creía que ya no tendría una nueva oportunidad de estar tan cerca de la herencia de San Juan Pablo II. Debo decir que soy afortunada. Esa Cruz me ha acompañado en el último año, regalándome momentos de oración y reconciliación. Otro momento importante fue la vigilia que tuvo lugar en el estadio de futbol de San Lázaro la noche del sábado. En un momento dado nos hicieron entrega de una vela y la encendíamos, en la oscuridad de la noche doce mil luces encendidas… Era un símbolo de lo que nuestras vidas cristianas en medio de los ambientes donde estábamos necesitábamos saber que en esos momentos no estábamos solos, somos muchos más. En medio de la vigilia entró Jesús Eucaristía… todo el estadio se puso de rodillas ante la presencia de Jesús y se hizo silencio… ¡Increíble!…un estadio lleno de gente y en silencio contemplando al Señor de la Vida.
En cuanto a frase, me quedo con una. Pertenece a una catequesis que tuve el gusto de asistir; “Seamos también nosotros Juan Bautista para los demás”.