Isaías 49:1. “El Señor me llamó antes de que yo naciera, en el vientre de mi madre pronunció mi nombre”.
Hace quizás muchos años participabas en una carrera. Sí tú. Estabas en una competencia con otros millones de participantes. Si, leíste bien. Llegó el momento de la partida. Por unos canales movedizos se desarrollaba la carrera. Ibas a la par con otros miles, un par de veces perdiste la primera posición. Pero llegó el momento final, te acercabas a la meta y te adelantaste como nadie más. Cruzaste la pared biológica del óvulo de tu mamá y ganaste, ¡fuiste concebido! Si era otro el espermatozoide hubieras sido otra persona. Quizás tu hermano o tu hermana u otro que nunca conociste pero no, fuiste tú. Un milagro del éxito.
Quizás tu padre o tu madre no te esperaban pero la buena noticia es que ¡Dios sí! Aún hoy que se habla de clonación nadie podría ocupar tu lugar. Podrán copiar tu cuerpo y tus genes pero no tus experiencias y mucho menos tu espíritu. De eso no hay ninguna duda, solo Dios puede darlo. Yo escucho muchas discusiones acerca de la moral de la clonación. No quiero hablar ahora acerca de eso, pero siempre pienso: soy imposible de clonar, el mundo puede descansar en paz.
Una de mis películas favoritas es Corazón valiente. En una de las escenas Wallace, protagonizado por Mel Gibson, mira a sus guerreros y les dice: «Todo hombre muere, pero no todo hombre realmente vive». Wallace tenía razón. Hay un propósito para tu existencia y Dios te dio la vida para que cumplas con esa misión. Nadie más puede hacerlo. Ni siquiera el clon más exacto podría hacer todo lo que tú puedes hacer, porque Dios te hizo único y preciso para hacer tu aporte. ¿Te empiezas a sentir especial? ¡Muy bien! «Eres especial». Es hora de que te lances a la preciosa aventura de llegar a ser todo lo que Dios quiere que seas y hagas en este mundo.
Como me dijo una persona muy importante en mi vida: “La belleza del azar en la vida no puede ser sustituida por las ciencias”