En la parte 1 publicada hace un mes, hablábamos de la dimensión humana de la vocación. De conocerse a uno mismo como forma de descubrir a qué estamos llamados. Hoy toca hablar del aspecto divino de la vocación. Intentaré por todos los medios que este artículo no se convierta en una sucesión infumable de abstracciones. ¿Cómo? Con ejemplos. De lo humano, claro. Después de todo, tenemos un Dios que se hizo Hombre.
Planteémonos una situación que podría ser absolutamente real. Un país con 50% de paro juvenil; España. Una pareja de recién casados no es capaz de encontrar un empleo acorde con su formación. Por tanto, deciden emigrar. Trabajan en sectores distintos, y por tanto, los países que les brindan más oportunidades son distintos también.
Imaginemos que él acepta un trabajo en determinado país sin consultárselo a ella. Argumenta –y cree sinceramente- que es lo mejor para su familia. Pero, cuando se lo dice a su esposa, no obtiene la reacción esperada. Sabes que en ese país mi sector no tiene nada que hacer. ¿Cómo has podido tomar una decisión así sin hablarlo conmigo? Me has dejado de lado.
La ha dejado de lado. Tomó una decisión importante sin contar con ella. Él creía que era bueno para los dos, pero no se le ocurrió preguntarla. Escuchar. Aunque diga que lo hizo por ella, no es verdad. Inventó los deseos y sueños de su esposa según le interesaba. De alguna forma, se fabricó una esposa a su medida.
Tristemente, a muchos cristianos les pasa lo mismo. Se fabrican un Dios a su medida. No se paran a escucharle, y toman decisiones sin contar con él. Yo sé que a Dios no le importa que me acueste con mi novio. Yo sé que a Dios no le importa que fume porros de vez en cuando. Yo sé que Dios no necesita que me confiese, le basta con que le pida perdón. Pero yo amo a Dios, ¿eh?
Es un engaño. Si amaras a Dios, le escucharías. Harías lo que Él ha dicho que tienes que hacer para amarle. En estos ejemplos parece claro. Pero, ¿dónde entra aquí la vocación?
En escuchar a Dios. Ni más, ni menos. En contar con él. En preguntarle sinceramente qué quieres, Jesús, de mí, y dejar que Él de la respuesta. Si lo hubieran hablado, la pareja del ejemplo hubiera encontrado un destino que les entusiasmara a los dos. Ten por seguro que vosotros –Dios y tú- lo encontraréis también. Pero habladlo. ¡HAZ ORACIÓN!
Conócete a ti mismo, y habla con Dios. Ese es el camino para descubrir la propia vocación. Y no olvides que la vocación cristiana no se reduce a monja, cura, o consagrada. Para empezar, todos tenemos vocación a ser santos. Y a muchos Dios nos llamará a ello a través del matrimonio, de hacer bien nuestro trabajo, de amar con locura a nuestros hijos. O quizá a enrolarnos en Médicos Sin Fronteras o a ir de misioneros a Uganda.
Vocación significa llamada. Insisto en que el camino es apasionante. Escucha a qué te llama Dios, y seguramente descubrirás que has nacido para algo más grande.