Ya decía Jorge Manrique: “nuestras vidas son los ríos que van a parar a la mar, que es el morir.” Sí, la muerte es uno de los grandes temas por el que los hombres de todos los tiempos se han preguntado. Sigue siendo un tema desconcertante, muy real y latente en las sociedades modernas. Desde el momento que nacemos estamos destinados a morir, todos, sin distinción de clase social, raza, ni siquiera a veces de edad. Parece una visión pesimista de la realidad, pero, ¿acaso los cristianos pensamos que la muerte es el final? ¡No, no y no!
Ya San Pablo les dijo a los Corintios: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe.” Ahora mismo te lo repite a ti, que a veces te planteas qué habrá después de la muerte, a ti que has llorado la muerte de un familiar o de un amigo pensando en que ahí terminaba todo, a ti que eres tentado por el demonio con un “vida solo hay una y hay que aprovecharla haciendo lo que quieras, ¡que te quiten lo bailao’!”… Jesús resucitó y él mismo nos ha prometido la vida eterna.
En los momentos de pérdida de un ser querido podemos encontrar cierta desesperanza, sobre todo en las muertes trágicas, inesperadas o a una edad temprana, ¡eso significa que estamos vivos! Somos seres humanos, y como tal, tenemos sentimientos, como Jesús, al ser uno de nosotros, los tenía. Jesús también lloró ante la muerte de su amigo Lázaro, una imagen sobrecogedora que recoge la Sagrada Escritura; Jesús, en su omnipotencia, llorando como uno de nosotros por la muerte de uno de sus amigos: “Jesús se echó a llorar, por lo que los judíos decían: «Mirad cuánto lo quería.»” Pero Lázaro resucitó. Jesús lo sabía, como nosotros hoy sabemos que nuestros seres queridos y compañeros de camino, lo harán. Allí veremos a Dios cara a cara, ¡cuánto habremos esperado ese momento en la vida!
Cuando comprendamos eso, podremos entender los sentimientos que tenía Sta. Teresa de Jesús cuando escribía: “¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Solo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero.” ¿Acaso alguien que no tenga una fe plena en la bondad de Dios podría escribir algo así? La Santa moría porque no moría, ansiaba encontrarse con quien era para ella toda su vida: Jesús.
No nos dejemos llevar por la desesperanza, o por esos sentimientos que, cuando se magnifican, pueden llegar a ser muy dañinos, ¡confiemos en la promesa de Vida Eterna que Dios nos hace! Dejemos de lado la invitación del mundo a un carpe diem vivido hasta el extremo, en el que “todo vale” porque después de la muerte no hay nada.
Tenemos una vida para ganarnos la otra, ¡aprovechémosla! Cristo ya venció a la muerte por nosotros entregando su vida en la Cruz, sabemos que la muerte y el mal nunca tienen la última palabra.