Los últimos años de la ESO y el Bachillerato conforman una bonita etapa. Es la edad hacerse el gallito en clase, de la rebeldía absurda, de ser castigado al pasillo. También de los grandes planes que la vida se encargará de truncar, de los granos, del primer amor. Pero de estos años de carcajada salvaje, inseguridad y sentimiento, hoy nos incumbe otra cosa. Es la edad de la primera gran decisión. ¿Quiero ser Einstein, o Neruda? ¿Ciencias, o letras?
Posteriormente habrá que completar esa primera resolución con otra de mayor alcance. ¿FP o carrera? ¿Informática y Comunicaciones? ¿Fabricación y Montaje? ¿ADE? ¿Industriales? ¿Arquitectura? Los periódicos vomitarán decenas de artículos sobre qué profesiones están más demandadas, o cómo conocer tus aptitudes. Padres y profesores darán sus consejos. Al final, cada uno toma su propia decisión. La pregunta es, ¿con qué criterio?
No sé vosotros, pero el que escribe estas líneas siguió uno muy sencillo. Me miré a mí mismo, e identifiqué qué se me daba bien, y qué se me daba mal. Qué cosas disfrutaba haciendo, y cuáles no. Al final, la decisión fue casi inevitable. Tenía las cualidades idóneas para determinados estudios, y parecía que me iban a gustar. Así que no le di más vueltas. A por ello. Superado el miedo inicial, fue fácil decidir, la verdad.
Esta es la lógica que se sigue a la hora de decidir en qué vamos a empeñar la vida profesional. Y a la hora de decidir en que emplear la vida sin adjetivos, eso que los entendidos llaman vocación, el planteamiento es muy similar. Si aceptamos que hemos nacido para algo, que tenemos una misión en esta vida, y que esa misión nos la ha dado Dios, ¿no es lógico pensar que nos habrá dado las cualidades idóneas para desempeñarla? Si vocación significa llamada, ¿no es lógico que Dios nos haga llegar esa llamada, con los sucesos que nos pasan, o las personas que nos pone al lado? Y por último, aunque quizá sea lo más importante: si Dios quiere que seamos felices, ¿no será esa vocación lo que nos reporte más felicidad?
Así, por ejemplo, es muy probable que una persona callada e introvertida, que disfruta estudiando en soledad, sea llamada a la vida religiosa. Y esto le reportará una felicidad tremenda. Una persona extrovertida y con don de gentes probablemente tenga una vocación que se le ajuste. Y así todo. Si se te da bien, digamos, escribir, y disfrutamos haciéndolo, puede que tu vocación tenga que ver con ello. El lema podría ser algo así como no creas en las casualidades. ¿Naciste en determinado ambiente, tienes una forma de ser, te atrae lo relacionado con lo que sea? Casi seguro que tendrá que ver con tu vocación.
Por tanto, descubrir la propia vocación tiene una doble vertiente. Conocerse a uno mismo, y conocer a Jesús. De la dimensión divina de la vocación hablaremos otro día. Hoy nos quedamos en lo humano. No olvidemos que tenemos un Dios que se hizo hombre. Y que descubrir la propia vocación es un mundo lleno de matices, donde cómo seamos tiene mucha importancia. El camino es apasionante.