No han sido pocas las veces que se ha denominado a las mujeres católicas una realidad silenciosa, dando así a entender que están en la retaguardia, o pretendiendo quitarles importancia en la Iglesia. También se ha respaldado que dentro de ella se tenía una ideología machista en la que las mujeres quedaban excluidas. Ninguna mujer se debe sentir apartada o no poseedora del mensaje de salvación, no debe pensar que su papel se reduce a la mera servidumbre, como respaldó el Papa Francisco: «Sufro, y os digo la verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas instituciones eclesiales que el papel de la mujer queda relegado a un papel de servidumbre y no de servicio. “ Es un tema también tocado por Juan Pablo II en una maravillosa encíclica publicada en 1988, Mulieris digntitatem (La dignidad de la mujer).
En la Biblia podemos ver episodios muy relevantes protagonizados por mujeres, dándonos a entender, así, que en absoluto la mujer tiene un papel menor al del hombre en la historia, sino que tienen el mismo, van a la par desde el primer momento,
«Dios creó al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó» (Gn 1,27)
Vemos cómo la salvación del mundo viene de la mano de una mujer, Dios confía esa tarea tan importante a María, quien engendra en sus entrañas a Jesús, “El Verbo se hizo carne” (Jn 1,14) en el seno de una mujer. Otros muchos pasajes nos hacen ver el gran amor que Jesús tenía a las mujeres: la mujer adúltera (Jn 8, 1-11), la viuda de Naim y la resurrección de su hijo (Lc 7, 11-17) o Marta y María y la de su hermano Lázaro (Jn 11, 1-45), además de la Samaritana, de quien Jesús se sirvió para que con su testimonio evangelizase a muchas personas tras encontrarse con Él (Jn 4, 1-14). Si hemos dicho que la salvación vino por María porque Jesús se encarnó en su seno, tenemos que decir también que fue una mujer la que Jesús quiso que anunciase esa salvación, María Magdalena fue la primera en ir al sepulcro después de la resurrección, fue la primera persona a la que se apareció Jesús para decirle “Anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre” (Jn 20, 11-18)
Si todas esas mujeres fueron importantes en la vida del comienzo de la Iglesia, no van a ser menos importantes las mujeres que viven en medio de Ella 21 siglos después, ¡en absoluto!
¿Que cuál es el papel de la mujer en la Iglesia actual?
Curar con ternura, paciencia y amor las heridas del mundo roto por la falta de Cristo, transmitir paz, hacer de la vida un Evangelio que refleje a ese Dios-Amor, al Dios paciente y siempre pendiente de sus hijos.
Dar vida, como María, y no una vida meramente biológica, sino una vida espiritual plena. Rogar, como Marta y María, por sus hermanos enfermos, ¡y pedirle con insistencia la resurrección de tantas almas que viven día a día muertas! Como María Magdalena, anunciar el Evangelio, anunciar a todos que Jesús ha resucitado, tal y como ella hizo, para darte vida a ti y a mí. Como la samaritana, dejarnos sorprender siempre por Dios, beber del agua viva que nos sacie para no tener nunca más sed de vivir plenamente.