¿No os ha pasado alguna vez que habéis visto la oportunidad de confesaros pero cuando os ponéis delante del sacerdote os quedáis en blanco? La verdad es que en ocasiones, con muy buena intención, nos confesamos de pasada en cuanto vemos al cura libre sin hacer una previa revisión de nuestras acciones u omisiones. Y luego, decimos lo más superficial y se nos olvida lo más importante que, mágicamente, vuelve a nuestra memoria cuando ya nos ha dado la absolución.
Para no dejarse nada en el tintero, es por eso muy necesario, el examen de conciencia, que al contrario de lo que sugiere el nombre, no es un examen en el que hay que responder una serie de preguntas para pasar, sino que consiste en revisar una amistad con mayúsculas, tu amistad con Dios, y pedirle perdón por todo lo que hemos fallado.
Hay muchos exámenes de conciencia por internet y por miles de sitios que os pueden ayudar, pero más allá de meros guiones o esquemas, el examen tiene que enfrentarte contigo mismo, con tus acciones, con tu libertad y las veces que la has usado de mala manera. No solo basta con conocer los hechos, sino que hay que revisar la conciencia para llegar al fondo de la culpa y librarte de ella.
Después de recorrer ese “caminito” tan necesario en el que se hace un serio propósito de no volver a caer en la misma piedra, ya si estamos preparados para recibir el perdón de Dios. Y, aunque se nos haya escapado algo, Él perdona lo que no te acuerdes; eso sí, si le engañas o te engañas a ti mismo, seguirás cargando esas piedras tan pesadas que camuflas. Así que seamos buenos excursionistas de la vida, teniendo conciencia de lo que más nos pesa en la mochila para dejarlo en el camino y caminar de la mano de Jesús más ligeros y con más fuerza que nunca.