¡Ay, qué tentador es el Demonio cuando quiere… o más bien, cuando queremos nosotros! Nos roba la vergüenza para pecar, pero luego nos la devuelve cuando nos vamos a confesar. Y es que hay que ver las veces que no nos acercamos al sacramento de la penitencia debido al palo que nos da abrir nuestros corazones ante un sacerdote que a veces ni conocemos.
Pero… ¿Cuáles son los pecados que más vergüenza nos da confesar? Hay pecados veniales y mortales, y estos últimos son los que, además de quitarnos más el sueño, los que más “cosilla” nos da reconocer: son los que, encima, hacemos deliberadamente, causan mucho mal por su gravedad y encima somos conscientes de esa gravedad. Los veniales, por su parte, no son de materia grave y a veces los cometemos sin querer por mala costumbre o inercia.
Los pecados mortales son los que más necesitan de confesión, ya que por su culpa, perdemos la Gracia y la cercanía con Dios; también es muy bueno tratar los veniales en el sacramento para crecer en santidad y tener una vida ordenada hasta en los mínimos detalles. Pero… “Qué vergüenza… ¿Para qué lo voy a contar si es un pecado insignificante?
El primer paso para vencer a este sentimiento tan común es el de ir con decisión y motivación al confesionario y por supuesto, confiar en que, por lo general, el cura te acoge, sabiendo que también es un pecador como todos y no te va a juzgar por las faltas cometidas.
Además tenemos que tener claro que Jesús, presente en el sacerdote, nos comprende y sabe que somos débiles y está dispuesto a cargar con nuestros pecados.
¿Merece la pena superar a la vergüenza? Nos jugamos nuestra Salvación y la relación con Dios y por eso es necesario que nos lancemos a sus brazos y a su corazón misericordioso para transformar nuestras vidas y, así, darles buen rumbo y verdadero sentido.