Qué alegría que Jesús esté ya con nosotros; podemos continuar la celebración con nuestro Amigo más cerca que en cualquier otro momento del día. La Plegaria Eucarística –en cualquiera de las cuatro- es la oportunidad que tenemos de mirarle a Él y elevarle una oración que la Iglesia ha puesto a nuestro alcance y que manifiesta la oración inagotable de la Muerte y Resurrección de Jesús.
Muerte que rasgó el cielo e hizo que lloviera Misericordia divina a todo el mundo y para siempre. Corazón abierto por una lanza que derramó Amor abundante y que no se cansa de perdonar.
Mientras saboreamos en la Plegaria todos esos regalos que Jesús nos otorgó en el sacrificio del Gólgota, pedimos al Señor que nos conceda la Salvación: Salvación de la que la Resurrección nos mostró su realidad para toda la humanidad.
La Plegaria también nos invita a hacer de nuevo un ofrecimiento, pero esta vez se ofrece el <<sacrificio vivo y santo>>, a una víctima con dignidad infinita que hizo desaparecer pan y vino. Y damos gracias por tan grandioso acontecimiento y regalo.
Por eso, ahora todos admiramos esa realidad que la Plegaria nos pone en escena, y en ella Jesucristo nos invita a invocar de nuevo al Espíritu Santo para que seamos uno y <<formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu>>.
Y ahora la oración de petición cobra un nuevo sentido, tenemos a Jesús ahí delante para que la acoja y la eleve. Pedimos por el papa, por los obispos, por el pueblo santo de Dios, por nuestros difuntos… ¡Pidamos aquí con fuerza! Al final, con la ayuda y la intercesión de todos los santos, Dios nos escuchará.
Os recomiendo que durante toda la plegaria prestéis mucha atención y aprovechéis esta preciosa oración que nos otorga la Iglesia para hacer vuestra propia plegaria en la que reflejéis vuestra vida y súplicas.
“Por Cristo con Él y en Él…” Qué culmen tan bonito para la Plegaria. Aquí os propongo que os volquéis hacia Él mientras el sacerdote lo eleva al cielo. “Amén”, y nos entregamos y ofrecemos por entero a Él: por Él hemos sido redimidos, con Él somos hijos de Dios, en Él somos hermanos.
Antonio Guerrero